domingo, 9 de agosto de 2015

El Estado no es Robin Hood

Asistimos desde hace muchas décadas al debate vacío de liberalismo contra socialdemocracia: el mercado o el Estado. La realidad es que la socialdemocracia nunca ha dejado de ser el elemento básico de la política económica en Occidente desde mediados del siglo XX. La teoría de la redistribución se aplica, con mayor o menor intensidad, en todos los países occidentales.

Tanto es así, que el discurso liberal –salvando el caso del anarquismo capitalista- ha dejado de hablar de Adam Smith y prefiere referirse al Estado como el ente que permite que exista igualdad de oportunidades –y no de resultados- para los ciudadanos de un país. En otras palabras, el Estado debe ser el garante de que todos tengamos el mismo acceso a servicios básicos, defender nuestra seguridad y la propiedad privada.

Por el contrario el discurso socialdemócrata gira cada vez más hacia el socialismo. La teoría de la redistribución de la riqueza parece agarrar más fuerza entre sus seguidores. No basta con garantizar igualdad de oportunidades, el socialismo quiere igualdad de resultados sea cual sea el nivel de mérito o esfuerzo de cada ciudadano. Se les escucha hablar del Estado como benefactor de los pobres en detrimento de los ricos. Un Robin Hood institucionalizado que, por medio del poder coercitivo de los impuestos o los precios regulados de servicios básicos (agua, luz, gasolina...), detrae dinero a los que más tienen para dárselo a los que no tienen tanto.

En este contexto y ante la situación actual del Estado en Costa Rica se alzan voces que ven una suerte de redistribución de la riqueza, incluso hablan de "justicia social", en los abultados salarios y privilegios de un sector muy significativo de los empleados públicos. Lo cual no deja de ser una falacia. Sobre todo cuando descubrimos el siguiente dato: el 80 por ciento de los ciudadanos con las rentas más altas del país –percentil 90, es decir, el 10 por ciento con las rentas más elevadas- son empleados de las instituciones del Estado.

Conocido este dato, ¿a quién está robando este hipotético Robin Hood que nos receta la socialdemocracia?. La respuesta parece evidente. Adicionalmente, tenemos un Estado que, no sólo paga salarios hasta ocho veces más altos que la empresa privada, sino que además ha olvidado sus funciones primarias en la búsqueda de igualdad de oportunidades para todos sus ciudadanos.

Para nadie es un secreto que muchos ciudadanos tienen que recurrir a la educación y la sanidad privadas para poder lograr estándares de calidad similares a los que el Estado tenía hace un par de décadas. Por no hablar de funciones fundamentales para el desarrollo como la seguridad o la inversión en infraestructuras.

Ahí es donde encontramos esa dicotomía actual sobre el Estado costarricense: los ingresos son insuficientes pero los gastos no van dirigidos a lograr una mejor sociedad, sino a pagar cada vez mejor a sus funcionarios.


Podemos seguir culpando a la evasión fiscal de todos nuestros males como sociedad que no cree en el Estado del bienestar. Pero no es menos cierto que el incentivo para aportar algo a ese Robin Hood del que hablan algunos es nulo.  Sin una planificación clara del destino del gasto público, el Estado no puede pretender mayores esfuerzos fiscales de unos ciudadanos abocados a utilizar más recursos en servicios esenciales privados.

Publicado en La República.

sábado, 21 de marzo de 2015

Vivir en obra gris

Hace unos años escuché una conferencia magistral de Edgar Mora, alcalde de Curridabat y urbanista diplomado en Harvard, en la que me impactó una extraordinaria afirmación: "Las personas terminan acostumbrándose a vivir en obra gris". La afirmación del alcalde se refería a cómo los costarricenses se han acostumbrado a vivir en ciudades sin terminar. Ciudades a las que les falta acercas, pasos peatonales, papeleras, paradas de bus, etc. Ciudades planificadas que, por falta de fondos o de voluntad política, nunca se terminaron.

A pesar de ese estado de "obra gris" de las ciudades, los ciudadanos se han acostumbrado a esa normal anormalidad. No echan en falta ninguno de los elementos normales de una ciudad acabada. Nos parece normal que no existan aceras para pasear o iluminación nocturna. Esa maraña de cables forma parte del paisaje de nuestras calles. No nos impacta ver un cable colgando y rozando el techo de nuestro carro.

Esto que vemos en nuestra ciudad, la que sea, todos los días, aplica para Costa Rica entera como país. Nos hemos acostumbrado a tener un país sin infraestructura.  Nos parece normal tardar más de una hora en atravesar la ciudad cualquier día sea hora pico o no. Hemos asumido como bien empleadas las más de tres horas y media que se tardan en recorrer los apenas 200 kilómetros que separan San José de Liberia.

Visitar una playa en Guanacaste nos toma unas cinco horas en carro, corriendo no pocos riesgos en carreteras sin señalización adecuada, llenas de huecos y atestadas de camiones, pero eso es normal. Como normal parece no contar con un transporte público eficiente que conecte las principales fuentes de empleo del GAM con los hogares de cientos de miles de costarricenses. Normal es que haya cortes de electricidad y agua dos veces al mes o que no seamos capaces de mantener una conversación telefónica por más de tres minutos.

Nadie se rebela, nadie reclama ante los poderes del Estado, en las redes sociales, en las mil y una formas de expresión que tiene el ciudadano del siglo XXI. Nos hemos acostumbrado a vivir en un país en obra gris, con ciudades a medio hacer, con carreteras, puertos y aeropuertos planificados en los años ochenta, y sin terminar.

Al fin y al cabo a las clases pudientes siempre les queda Miami, o cualquier otra ciudad de Estados Unidos o Europa, a la que ir a darse -como dijo alguien en otro foro- "un baño de primer mundo" dos o tres veces al año. Y a los menos afortunados conformarse con un "peor están en Nicaragua", tan cerca pero tan lejos de esta nuestra presunta Suiza Centroamericana.


Seguimos señalando a los políticos de no hacer nada al respecto. Pero entre acusaciones de corrupción, cada vez que alguien da un paso hacia la construcción de una nueva carretera, y prioridades de alto impacto político y nula aportación a nuestra vida diaria, van pasando los años, las administraciones, los gobernantes. Mientras, los ciudadanos cada día nos acostumbramos, con más resignación si cabe, a esta forma de vida en obra gris que decía el alcalde. ¿Lo vamos a seguir permitiendo?.

Publicado en el periódico La República.