Asistimos desde hace muchas décadas al
debate vacío de liberalismo contra socialdemocracia: el mercado o el Estado. La
realidad es que la socialdemocracia nunca ha dejado de ser el elemento básico
de la política económica en Occidente desde mediados del siglo XX. La teoría de
la redistribución se aplica, con mayor o menor intensidad, en todos los países
occidentales.
Tanto es así, que el discurso liberal
–salvando el caso del anarquismo capitalista- ha dejado de hablar de Adam Smith
y prefiere referirse al Estado como el ente que permite que exista igualdad de
oportunidades –y no de resultados- para los ciudadanos de un país. En otras
palabras, el Estado debe ser el garante de que todos tengamos el mismo acceso a
servicios básicos, defender nuestra seguridad y la propiedad privada.
Por el contrario el discurso
socialdemócrata gira cada vez más hacia el socialismo. La teoría de la
redistribución de la riqueza parece agarrar más fuerza entre sus seguidores. No
basta con garantizar igualdad de oportunidades, el socialismo quiere igualdad
de resultados sea cual sea el nivel de mérito o esfuerzo de cada ciudadano. Se
les escucha hablar del Estado como benefactor de los pobres en detrimento de
los ricos. Un Robin Hood
institucionalizado que, por medio del poder coercitivo de los impuestos o los
precios regulados de servicios básicos (agua, luz, gasolina...), detrae dinero
a los que más tienen para dárselo a los que no tienen tanto.
En este contexto y ante la situación
actual del Estado en Costa Rica se alzan voces que ven una suerte de
redistribución de la riqueza, incluso hablan de "justicia social", en
los abultados salarios y privilegios de un sector muy significativo de los
empleados públicos. Lo cual no deja de ser una falacia. Sobre todo cuando descubrimos
el siguiente dato: el 80 por ciento de los ciudadanos con las rentas más altas
del país –percentil 90, es decir, el 10 por ciento con las rentas más elevadas-
son empleados de las instituciones del Estado.
Conocido este dato, ¿a quién está robando este hipotético Robin Hood que nos receta la
socialdemocracia?. La respuesta parece evidente. Adicionalmente, tenemos un
Estado que, no sólo paga salarios hasta ocho veces más altos que la empresa
privada, sino que además ha olvidado sus funciones primarias en la búsqueda de igualdad
de oportunidades para todos sus ciudadanos.
Para nadie es un secreto que muchos
ciudadanos tienen que recurrir a la educación y la sanidad privadas para poder
lograr estándares de calidad similares a los que el Estado tenía hace un par de
décadas. Por no hablar de funciones fundamentales para el desarrollo como la
seguridad o la inversión en infraestructuras.
Ahí es donde encontramos esa dicotomía
actual sobre el Estado costarricense: los ingresos son insuficientes pero los
gastos no van dirigidos a lograr una mejor sociedad, sino a pagar cada vez
mejor a sus funcionarios.
Podemos seguir culpando a la evasión
fiscal de todos nuestros males como sociedad que no cree en el Estado del
bienestar. Pero no es menos cierto que el incentivo para aportar algo a ese Robin Hood del que hablan algunos es
nulo. Sin una planificación clara del
destino del gasto público, el Estado no puede pretender mayores esfuerzos
fiscales de unos ciudadanos abocados a utilizar más recursos en servicios
esenciales privados.
Publicado en La República.
Publicado en La República.